Orígenes de villancico español
Del cancionero de Upsala a la música del Nuevo Mundo
El villancico es, sin duda, el género musical más arraigado entre nosotros; una manifestación en la que se unen indivisiblemente lo culto y lo popular, y cuya tradición se remonta hasta la Edad Media.
El villancico se remonta a las postrimerías del siglo XIII, pues ciertas cantigas de Alfonso X el Sabio muestran una forma métrica y musical que veremos en los siglos XV y XVI. Surgido del pueblo, pasó a ser elaborado por escritores y músicos cultos. Juan del Enzina solía acabar sus églogas con un villancico cantado y a veces bailado. Su forma es la de estribillo o refrán seguido de las coplas (con su mudanza, enlace y vuelta) y la repetición del estribillo. El villancico musicado puede no repetir el estribillo al final, pues la vuelta de la copla suele tener la misma rima que aquél, y por tanto lo normal es que tenga la misma música. El esquema rítmico del villancico musicado no corresponde del todo a la forma musical.
Hacia el año 1400, don íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, puso el título de villancico a uno de sus poemas, pero en lo musical el villancico empieza a dar numerosos frutos desde mediados del siglo XV. Los Cancioneros de la Colombina y de Palacio recogen un buen número de piezas de este género, que representan una vieja tradición polifónica en la Península Ibérica. En el segundo encontramos ejemplos de una corriente más compleja desde el punto de vista vocal, acaso consecuencia de la creciente relación entre Castilla y Flandes.
De lo profano a lo sacro
Hay que advertir que el villancico no es aún exclusivamente religioso y, si lo es, no necesariamente hace referencia a la Navidad. Tuvieron que pasar años para que en el hoy llamado Cancionero de Uppsala (Venecia, 1556) apareciese un apartado que dice: Villancicos de Navidad a tres bozes. Son 10, entre los que hallamos los muy conocidos No la debemos dormir, Dadme albricias hijos de Eva o Yo me soy la morenica.
Los villancicos de Juan Vázquez, publicados en 1560, son todos profanos. Los que aparecen en los libros de Luis Milán, Miguel de Fuenllana y Alonso Mudarra ni siquiera son polifónicos, sino para voz con vihuela. En sus Canciones y villanescas espirituales (Venecia, 1589), el gran Francisco Guerrero incluye 20 villancicos a 5 voces, de tema sacro, aunque no todos navideños. En el fresco sabor popular de estos años se adivina ya un deseo de convertir el género en el cauce formal donde el pueblo pueda manifestar su júbilo por la venida al mundo del Salvador.
El siglo XVII irá dando la razón a Guerrero, pues el villancico comienza a entrar en el templo con enorme aceptación. El primer gran maestro que incorpora el villancico en castellano frente al uso del latín en el templo es el villenense Juan Bautista Comes (1582-1643). Mateo Romero, Carlos Patiño, Juan Hidalgo, Joan Cererols y Miguel de Irizar compusieron bellos villancicos en el estilo característico del siglo XVII, con sus ritmos ternarios muy sincopados y el uso inexcusable del bajo continuo.
El paso del siglo XVII al XVIII representa el apogeo barroco español en ese campo: Sebastián Durón, Antonio Literes, fray José Vaquedano, Miguel Ambiela, Antonio de Yanguas, Jerónimo de Carrión, etc. Especial interés tiene el alcarreño Juan Manuel de la Puente (1692-1753), cuya obra ofrece ya una clara separación entre la cantata, con sus arias precedidas de recitativos, y el villancico, que sigue la vieja fórmula de estribillo y coplas.
De la Puente, maestro de capilla de la catedral de Jaén de 1716 hasta su muerte, cultiva ya el tipo de villancico que predominará en el siglo XVIII, con las novedades formales y estilísticas del clasicismo (como el uso del violín en los templos, rechazado en principio por la severa tradición polifónica española), en autores como Rodríguez de Hita, Manuel Mencía, Melchor López, Joaquín García y el ilustre Padre Soler, cuyos villancicos comenzó a publicar el más conspicuo estudioso del género, el padre Samuel Rubio.
Línea iberoamericana
Desde el siglo XVII, lo dicho para España se extiende al territorio iberoamericano, donde buen número de autores cultivaron el villancico, desde el México de Sor Juana Inés de la Cruz hasta el Perú virreinal, de la Cuba de Esteban Salas a la Colombia de Juan Ximénez. Los mexicanos José de Agurto y Loaysa, Antonio de Salazar, Manuel de Sumaya, los peruanos encabezados por Juan de Araujo, músico español que dejó su huella también en Panamá y Bolivia; los guatemaltecos Tomás Pascual y Vicente Sáenz, etc.
El siglo XIX, salvo excepciones, trae consigo la caída del villancico, que no puede hacer frente al auge de otros géneros en latín, principalmente la misa y el motete, pero sobre todo a un sinfonismo cada vez mayor que excede a las posibilidades económicas de la Iglesia. El villancico, que había generado en tiempos un género tan aceptado como la tonadilla escénica, moría ahogado por la pasión de la ópera italiana.
Pero la Navidad siguió inspirando un tipo de canción popular llamada villancico, nadal, panxoliña, navidad, coplas a lo divino, caramelles, y que creará pequeñas joyas por todo el país. En Extremadura (Ya viene la vieja); Madrid (Campana sobre campana), Murcia (Dime niño), Cataluña (Fum, fum, fum); Castilla y León (En Belén tocan a fuego); Castilla-La Mancha (Hacia Belén va una burra); País Vasco (Ator, ator); Andalucía (Chiquirriquitín), Aragón (Ya vienen los reyes); Galicia (Falade ben baixo) y el resto del territorio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario