No te tardes, que me muero,
Carcelero,
¡no te tardes, que me muero!
Apresura tu venida,
porque no pierda la vida,
que la fe no está perdida.
Carcelero,
¡no te tardes, que me muero!
Sácame desta cadena,
que recibo muy gran pena
pues tu tardar me condena:
Carcelero,
¡no te tardes, que me muero!
La primer vez que me viste
sin lo sentir me venciste:
suéltame, pues me perdiste.
Carcelero,
¡no te tardes que me muero!
La llave para soltarme
ha de ser galardonarme
prometiendo no olvidarme.
Carcelero,
¡no te tardes, que me muero!
JUAN DEL ENCINA
(1469 – 1529)
Juan del Encina nació en La Encina, que queda cerca de Ledesma. Hizo sus estudios en Salamanca, siendo allí condiscípulo de Nebrija. Más tarde estuvo al servicio del duque de Alba. Marchó a Italia y llegó a ser cantor en la capilla del Papa León X. Vuelto a España, fue nombrado arcediano en Málaga. En 1519 fue a Jerusalén en donde dijo misa en el Monte Sinaí. Por fin, estuvo en León los últimos años de su vida, en donde se cree que murió.
Fue un gran humanista. Como dramaturgo se le considera el padre o patriarca del drama español. Sus poesías líricas parece haberlas escrito todas ellas antes de 1500, muchas de ellas compuestas para ser cantadas, pues él mismo había sido un gran músico.
Sus poesías se dividen en dos categorías: las de tema divino y las de temas profanos, siendo éstas más inspiradas que las primeras. Su imaginación fue natural, con mucha gracia popular. No cabe duda que sus poesías deben figurar en toda antología de poesía castellana.
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